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Novela Conjunta

Texto de la novela conjunta

X (Momento en el que toman la decisión de colaborar con el alienígena)

Esther Estrada

Aquella noche fue crucial para el resto de nuestras vidas. Durante horas estuvimos discutiendo qué decisión íbamos a tomar. A veces, uno prefiere suspender el juicio y dejar pasar el tiempo, confiando que las cosas se resuelvan sin tomar parte alguna en el problema. Así me sentía yo aquella noche. “El extraño”, como habíamos bautizado al ser que se nos apareció en la cubierta del barco aquella mañana, nos había dejado de plazo veinticuatro horas. Abel lo tenía muy claro, aunque corriéramos mucho peligro, había que volver a Rusia, y obedecer las curiosas normas que el extraño nos había indicado. Ante el estaba Dimitri, que se oponía firmemente a la opinión de Abel. Decía que si no cumplíamos esa especie de misión y verdaderamente se desencadenaba una tercera guerra mundial, partíamos con cierta ventaja respecto al resto de la humanidad. Conocíamos lo que iba a pasar y, con los primeros indicios, nos largaríamos al polo opuesto del mundo. Iván estuvo distinto esa noche. Permanecía sentado en una silla puesta del revés, con la barbilla apoyada en el respaldo, callado. Intervino poco en la discusión, y casi sus únicas palabras fueron para decir que el haría lo que nosotros decidiéramos. El ya no tenía nada que ganar ni nada que perder, dijo. Ante esta postura, la decisión estaba en mis manos. Éramos tres y dos ya habían opinado. Di vueltas y vueltas en el camarote en el que nos encontrábamos, salí a cubierta, y por fin entre. “Hay que hacerlo”, dije mientras los demás me miraban fijamente. Pensé que no era el momento de argumentar mi decisión, así que cogí a Dimitri, que estaba rojo de ira, del brazo y me lo llevé a cubierta. El si necesitaba una explicación.

 

XI (Momento antes de que el alienígena se adentre en los sueños de Abel)

Julia Fernández- Tellechea 
—Está soñando con las piedras —avisó con desgana Dimitri, asomando por la ventana la sola llama de su cigarro.
Tiré las cartas sobre la mesa, hundí mi cigarrillo entre las colillas de un colmado cenicero blanco, y me levanté tras Experson soltando un bostezo. Era noche cerrada, la cuarta noche que pasábamos en vela esperando a que Abel soñara con aquellas dichosas piedras, mientras nos jugábamos a las cartas vanas riquezas. Era la cuarta noche en que Experson se sentaba con las piernas cruzadas en un rincón del comedor y dejaba los ojos en  blanco, indiferente a nuestra partida, a la espera de lo que él llamaba con apenas un hilo de voz, “la señal”, el valioso secreto que, al parecer, guardaba en sueños nuestro amigo Abel.
—¿No vienes? —pregunté a Iván que se había quedado sentado mirando sus cartas.
Iván no contestó, ni siquiera levantó la mirada de las cartas, tan sólo soltó un suspiro cargado que me incomodó. Volví la cabeza, agarré mi abrigo del respaldo de la silla y me dirijí a la puerta. Cuando estaba por cruzarla, oí cómo Iván posaba con cuidad su escalera de color en la mesa y decía "daría todo por que fuera verdad lo que dice Experson". Me paré, apoyé mi mano sobre la manilla de la puerta y sentí el estremecimiento de saber las pocas razones que tenemos para no creer en los milagros.

XII (En el barco, mientras esperan a que Abel vuelva a soñar con la piedra)

Aitor Atozki

Cuando volví a la cubierta, Experson seguía allí, impasible, sin perder de vista a Abel. Seguía con su extraña letanía (cansado, cansado, cansado) que repetía desde hace tres horas. Me senté con él mientras los demás dormían y le observé con curiosidad. Nos había dicho que en ocasiones, cuando sucedía algo trágico, un objeto podía absorber esas energías, y todo el que lo mirase vería reflejados sus temores, que le perseguirían hasta que pudiese afrontarlos o le acabaran consumiendo.
—¿Por qué la piedra de Abel? —pregunté tímidamente— No pudo sufrir tanto por la muerte de su padre.
—Vive —respondió lacónicamente, sin mover esos ojos que parecían vidrio.
—Experson, no te entiendo. Dices que tu mundo es perfecto, que vencisteis a la muerte, que no tenéis preocupaciones, ni sufrís por el amor. ¿Qué sentido tiene esto?
—No perfecto, seguro. Sin miedo... Cansado... muy cansado... frío...
—¿Qué?- Empezaba a temer que Experson estuviese delirando.
—Mundo frío. No nos preguntamos. No amamos. Nada importa. Cansado...
—¿Y por qué no lo cambiáis? ¿Por qué no puedes encontrar la piedra? ¿Por qué nos necesitas?
—No sabemos soñar.
 

XIII

Alicia Rodríguez Vicente 

Vladimir, yo miraba a mis compañeros y pensaba, cuatro agentes de la KGB, que no sabíamos donde estábamos, solo que hacia calor, y que teníamos que ir a Rusia de donde habíamos escapado, solo porque Experson el alienígena que ya había pasado a ser parte de nosotros, nos mandaba ir a buscar la piedra negra.
Abel nos había artado de oírle hablar en sueños, con las piedras que se movían, pensando todos que estaba medio loco, y ahora Experson nos mandaba a ese lugar. Dimitri, Iván y yo nos mirábamos pensando si seria verdad todo lo que soñaba Abel.
Nos preguntábamos- ¿Y como íbamos a ir?- si no sabíamos donde estábamos.  Aquel silencio era lo mas duro, ninguno de nosotros sabia que decir.